El arte virtual, ¿mucho mejor que el objeto artístico?

En otoño de 2017 hubo una importante noticia del mundo de la cultura que curiosamente tuvo muy poca repercusión: la del lanzamiento de un negocio que utilizaba una tecnología basada en hologramas con la que realizar giras de conciertos de mitos de la música. No importa si se trataba de intérpretes vivos o muertos: mientras existieran imágenes de los cantantes, se podría recrear en un holograma con apariencia muy realista, para deleite de los espectadores. La empresa mejor posicionada en esta recreación ya comenzó una gira de María Callas -fallecida en 1977- en los últimos meses de 2018. Y tiene previsto continuar con los desaparecidos Roy Orbison o Amy Winehouse.

Maria Callas, de nuevo en concierto © BASE Hologram

Por supuesto, esta técnica de los hologramas también permite ir más allá y meterse en el ámbito de los museos y las exposiciones. Martin Tudor, el director de BASE Hologram, la empresa que ha devuelto a la escena a María Callas, ha asegurado en una presentación a la prensa que su empresa está trabajando en la recreación de dinosaurios a escala real para exhibir en museos. En su página web se puede observar un anticipo de lo que se puede lograr con estos hologramas, mostrando la recreación del mundo de los dinosaurios dentro de un espacio que recuerda a las tiendas en las que presentaban a las criaturas insólitas en las ferias de 1900.

Imagen de la web BASE Hologram © 2019 BASE Hologram

Evidentemente, ya existen proyectos puramente tecnológicos que emplean la imagen proyectada como elemento estético, como son los cada vez más populares mappings. Y experiencias inmersivas como la de “Entrar en el cuadro” del Museo Thyssen, que está viajando a varios puntos de España, o la de Van Gogh Alive, también en itinerancia por la península. Además, se están inaugurado museos digitales en todo el mundo, en los que los artistas crean obras originales para provocar una experiencia inmersiva a los visitantes. El primero de este tipo está en Japón. Sin embargo, me gustaría incidir en el aspecto de la tecnología que permite la réplica, el hecho de construir un doble virtual gracias a la acción de proyectores, pantallas o otros dispositivos. Una manera de poder mostrar de nuevo a Elvis en un escenario, o de conseguir exhibir una Capilla Sixitna fuera de las paredes del Vaticano, por poner dos ejemplos que podrían realizarse.

Exposición de Van Gogh Alive

Viendo hacia donde se encaminan las nuevas tecnologías, este podría ser uno de los siguientes pasos: el de recrear de manera digital e idéntica las salas más importantes de los museos más famosos. Podremos ver cómodamente las obras icónicas, reproducidas con enorme exactitud, con sus colores y su tamaño, como si estuviéramos ya en un entorno de película futurista. Además, la tecnología podrá conseguir no sólo la réplica virtual de los espacios, sino que puede mejorarlos, haciendo más cómodos los antiguos entornos históricos en los que se encuentran algunas piezas y acercándonos a aquellas pinturas que están a una altura inaccesible para una visita normal. Por supuesto, no habrá problema de horarios, ni peleas con las aseguradoras para proteger tal obra, ni habrá que tener ya precaución con la conservación de las obras -sí de las interfaces tecnológicas.

Ante esta posibilidad de futuro, un gran museo podrá hacer una gran gira mundial, como si fuera una especie de Cirque du Soleil del arte. También cualquier empresario o grupo inversor podrá montar la exposición soñada, convirtiendo la enciclopedia de la Historia del Arte en una exhibición real, con obras virtuales. Por descontando, veremos este tipo de espectáculos en exposiciones itinerantes, pero estoy seguro de que se podrán desarrollar en entornos privados. ¿Quién no querrá visitar una pinacoteca desde el confort de su casa?

Estos espectáculos virtuales también se pueden orientar hacia la divulgación. Se puede apostar por experiencias inmersivas -incluso dentro del propio museo como complementario a sus colecciones- que ayuden a comprender cómo es una obra de arte o un autor: con superposiciones de imágenes que expliquen las influencias, los dibujos previos, la composición de las escenas, la capa del lienzo sólo visible con rayos x…Por tanto, una utilización de la tecnología más enfocada a la divulgación de las obras sin menospreciar la parte del espectáculo que ofrece este tipo de hologramas, proyecciones o pantallas.

El mapping Taüll 1123

Por otro lado, existe un enorme peligro, que apunta Estrella de Diego en su último artículo de El País: el de que el público abandone la obra original y escoja las virtuales. Porque muchos preferirán cómo le provocan una experiencia a través de una imagen virtual, que se puede modificar para captar la atención constante del espectador, frente a la pieza auténtica que se toma de modelo, que es estática y “aburrida”.

Ahí está el mayor desafío para estas nuevas tecnologías de la virtualidad: que no se debe de perder de vista la relación con la obra original, con la creación auténtica, con el objeto físico. Ninguna copia, realizada con el material que sea, podrá sustituir todos los valores -no sólo los visibiles- que tiene la obra de arte real. Podrá convertirse en una herramienta de la industria del entretenimiento, un complemento para la divulgación, un recurso para la promoción de una institución cultural o incluso en una memorable obra de arte audiovisual totalmente nueva basada en una pieza de la Historia del Arte. Todas estas variantes son válidas para este nuevo imaginario que, lejos de reconocerlo como un intruso, tiene que convivir dentro del mundo de imágenes virtuales en el que ya estamos inmersos.

Eso sí, ya lo avisaba Magritte, diciendo que en su cuadro no había una pipa, sino una representación de la pipa: el holograma de María Callas sigue sin ser María Callas. Conviene recordarlo.

 


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